30 de enero de 2011

Money for nothing

“That little faggot got his own jet airplane,
that little faggot… he's a millionaire”
Dire Straits (Money for nothing)


En un mundo en el que sólo los problemas económicos desencadenan verdaderas revoluciones democráticas, en el que los dictadores son apoyados por muchos, anhelados por bastantes y vetados por muy pocos; en un mundo en el que el terrorismo queda relegado a un segundo plano siendo considerado un mal menor por el poder político y en el cual los periódicos se llenan de palabras vacías e inconexas, el coste de la vida no deja de subir.

En un mundo en el que la libertad ha dejado de existir hace décadas, en el que tener una actitud crítica con respecto a las prácticas deliberadamente violentas que tu país ejerce sobre otro -tan oprimido que legalmente ni siquiera es tal- está penado por ley, en el que un profesor universitario puede hacer apología del lema "Menos intelectuales y más explotación"; en un mundo el que se prohíbe la emisión radiofónica de una de las mejores canciones jamás escritas por su contenido "deliberadamente discriminatorio hacia el colectivo homosexual" mientras en otro lugar del globo el máximo representante de la secta con más adeptos de la historia proclama a los cuatro vientos la obvia inferioridad de todo lo femenino o afeminado, la bocanada de aire cada vez está más cara.

A veces me pregunto si realmente merece la pena pagar semejante alquiler.



Fuck you, faggots!

27 de enero de 2011

Todos todos miraban mal.

En mi pueblo sin pretensión
Tengo mala reputación.

Quién me iba a decir a mí hace un año que hoy estaría viviendo en un lugar donde se habla de exposiciones en el Prado y el Reina Sofía, Filmoteca Nacional, buena literatura y estrenos de teatro con la misma frecuencia que de conciertos, listas de bares y botellones en habitaciones vecinas.

En este concentrado de procedencias e historias personales te encuentras de todo, cierto. Unos echan de menos, otros no, y alguno hasta se arrepiente de la decisión tomada, con un "mierda, debería haberme quedado en casa" que a los demás, en ocasiones, nos cuesta comprender.

Y en los mejores momentos, aquellos en los que me siento y cierro los ojos, y algo se estremece dentro mío (de mí) y me entran escalofríos, y me siento más yo que nunca y más en mi sitio que en ninguna otra parte... En los mejores momentos, me da por recordar.

Y recuerdo los anhelos, los malos y buenos tiempos, sí, que también los hubo. Y recuerdo el ser la rara, la que quería estudiar y encima fuera (España profunda, le llaman), la que se esforzaba por tener buenas notas... La que leía Saramago en los descansos, la que al venir a Madrid de viaje de estudios se quedaba más allá del tiempo obligatorio frente a las pinturas negras de Goya, la que disfrutaba discutiendo de historia o economía o lo que fuera, pero argumentos, por favor.

Y en los mejores momentos, aquellos en los que me siento y cierro los ojos, y algo se estremece dentro mío (de mí) y me entran escalofríos, y me siento más yo que nunca y más en mi sitio que en ninguna otra parte... En los mejores momentos, sonrío pensando que todo, todo, valió la pena.

Y comprendo que salí de ahí, que alcancé mi sueño, que estoy viviendo la vida que quiero vivir y que dejé atrás las burlas de incomprensión.

Y me estremezco de felicidad.

23 de enero de 2011

Sentido: Este post no lo tiene

"Hay una calle que lleva tu nombre en la ciudad del viento,
después de aquel invierno me harté de esperarte y se cayó el letrero."
Quique González (La ciudad del viento)


Correr y pensar sin pensar a la vez que corres por un sitio despejado y tieso, lleno de pociones y dragones y vísperas de tragedias; los sueños son como una letra de vidrio de Van Der Rohe, ingrávidos, derrotados y ciegos, mientras que la pulsera que sujeta la carta color grana se convierte en un cable hacia el futuro, en un oído atento hacia el presente más pasado. Y los grillos de la cola del metro no paran de chirriar al unísono mientras me voy a tierra de nadie, tierra de todos, mis gafas son del mismo color que los carteles que iluminan la cabecera de tu colchón y mientras pienso esto en un post-it verde y amarillo y rosa y fuxia me voy acercando a la mesa de madera de roble aderezado con vino blanco, de ese que no emborracha pero adormece y espabila a mis zapatillas a correr y a mis labios a enzarzarse en una conversación en la misma lengua de los muertos, de las aves, de los cañones y de los huesos de Bob Dylan, que sigue sonando y suena y habla y canta y ¡hey, Mr, Tambourine! deja de cantar para mí y vuelve su cabeza hacia alguien más improbable, más inhóspito, más derrotado y pusilánimemente heroico, alguien más digno de su gratitud y dependencia febril. Me escabullo de tu lado y me acurruco entre tus alas rotas, que no dejan de decirme con sus amagos de caricias que no quieren libertad; lo único que quieren son unas plumas del material del que están hechos los álbumes de fotos que reflejan la más profunda soledad insospechada. Los vacíos.

20 de enero de 2011

No olvides, no traiciones.

Yo busco calidad de vida
mientras la gente se suicida.
Loquillo.


En el metro de Bilbao, el responsable de seguridad observa con suspicacia cómo rebusco en mi mochila de retales el abono de transportes. Mientras hago equilibrios para no perder los auriculares ni el libro que sostengo a duras penas debajo del brazo, un señor de traje y corbata salta discretamente la barrera de entrada. Al parecer, al segurata le llama más la atención mi camiseta de La Polla Records.

El Ministerio de Hacienda se encuentra en Guzmán el Bueno, enfrente de la sede central de la Guardia Civil. A un lado, un colegio público; al otro, un bazar chino de los que recuerdan al tiempo de los "Todo a 100", cuando mi abuelo me daba una moneda de veinte duros y me dejaba elegir regalo. A la altura del segundo o tercer piso, un inmenso escudo nacional inserto todavía, como por un error tonto o un descuido sin importancia, en un águila imperial.

Dos chavales esperan, impacientes, ante el mostrador de carnés de la Biblioteca Nacional. "Sí, perfecto, ¿qué desean investigar?", y se dan media vuelta frustrada su intención de acceder al patrimonio que tan de todos es.

En la Plaza Mayor confluyen cada vez más personas con la calle por hogar, a rastras una manta y un cartón, y grupos de chicos inmigrantes que aprovechan el buen tiempo para pasear y tomar el sol. Los primeros no existen, no están, ¿qué, dónde?, no los veo, no. Los segundos sí. Y molestan.

Llamadme idiota, pero las cosas no me cuadran.

16 de enero de 2011

Formalismos

"El artista es creador de belleza.
Revelar el arte y ocultar al artista es la meta del arte.
El crítico es quien puede traducir de manera distinta o con nuevos materiales su impresión de la belleza.
La forma más elevada de la crítica, y también la más rastrera, es una modalidad de autobiografía.
Quienes descubren significados ruines en cosas hermosas están corrompidos sin ser elegantes, lo que es un defecto.
Quienes encuentran significados bellos en cosas hermosas son espíritus cultivados. Para ellos hay esperanza.
Son los elegidos, y en su caso las cosas hermosas sólo significan belleza.
No existen libros morales o inmorales.
Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.
La aversión del S. XIX por el realismo es la rabia de Calibán al verse la cara en el espejo.
La aversión del S. XIX por el romanticismo es la rabia de Calibán al no verse la cara en un espejo.
La vida moral del hombre forma parte de los temas del artista, pero la moralidad del arte consiste en hacer un uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Incluso las cosas que son verdad se pueden probar.
El artista no tiene preferencias morales. Una preferencia moral en un artista es un imperdonable amaneramiento de estilo.
Ningún artista es morboso. El artista está capacitado para expresarlo todo.
Pensamiento y lenguaje son, para el artista, los instrumentos de su arte.
El vicio y la virtud son los materiales del artista. Desde el punto de vista de la forma, el modelo de todas las artes es el arte del músico. Desde el punto de vista del sentimiento, el modelo es el talento del actor.
Todo arte es a la vez superficie y símbolo.
Quienes profundizan, sin contentarse con la superficie, se exponen a las consecuencias.
Lo que en realidad refleja el arte es al espectador y no la vida.
La diversidad de opiniones sobre una obra de arte muestra que esa obra es nueva, compleja y que está viva.
Cuando los críticos disienten, el artista está de acuerdo consigo mismo.
A un hombre le podemos perdonar que haga algo útil siempre que no lo admire. La única excusa para hacer una cosa inútil es admirarla infinitamente.
Todo arte es completamente inútil."
Oscar Wilde (Prólogo de El retrato de Dorian Gray)



El examen de historia del arte, o de historia de la construcción, o de historia de la arquitectura (como algunos dan en llamar a esta peculiar combinación -¿o no?- de dos campos -arte y ciencia- que a veces parece que sólo en ella se intersecan) está a la vuelta de la esquina. Debido probablemente a las influencias y opiniones que he recibido y escuchado durante toda mi vida acerca de este tema, por momentos me da la impresión de que esa intersección existe, de que podemos hallar ciencia entre los muros de Santa Sofía y arte en la geometría euclidiana; de que no sólo son herramientas la una del otro y viceversa, sino complemento y necesidad.

Hasta que vuelve a aparecer Oscar Wilde y me convence de nuevo.

Sí, no me acordaba de cuán formalista puedo llegar a ser.

La pregunta es qué cojones estoy haciendo con mi vida. O no.

14 de enero de 2011

¡Jacarandosa!

Últimamente solo se escuchan por los pasillos dos temas de conversación. Ante el primero los ojos se iluminan; frente al segundo la mirada se apaga y las cabezas se agachan, tratando de refugiarse inútilmente mediante la táctica del avestruz.

Cuando me mencionan el tiempo, me entran ganas de salir corriendo a la calle; de tenderme al sol, como las lagartijas, debajo de estos asombrosos veinte grados que hacen que podamos ir de manga corta en enero. La calle está llena de gente, de personas que la rebosan, cada una con su historia. Y últimamente, es más fácil sonreir. El sol ayuda; los amigos también. Y esa ficticia sensación de primavera que incita a tirarse en el césped del Retiro con una guitarra y un par de litros de cerveza.

Entonces una esboza una sonrisa, se pone música alegre, y cuando siente que ya no puede soportar estar más tiempo aquí dentro enterrada, se arma de valor y sale a la puerta. Y en ese momento la realidad te golpea, la mirada se nubla, alguien te da una patada en el estómago, y tú le dices adiós al Sol volviendo a enclaustrarte.

Porque el segundo tema de conversación, señores, son los exámenes.

9 de enero de 2011

Quédate en Madrid

"Seremos otros, seremos más viejos,
y cuando por fin me observe en tu espejo,
espero al menos que me reconozca,
me recuerde al que soy ahora
."
Vértigo- Ismael Serrano




Al fin, el autobús se detiene en la dársena 27 de la estación de Méndez Álvaro. Me apresuro a recoger todos mis bártulos de mano y me abalanzo sobre la puerta levadiza, como si se hubiera apoderado de mí un miedo irracional a que ésta se pudiera cerrar y el bus partiera de nuevo rumbo a cualquier otro sitio alejándome del mío. Porque si algo he descubierto en estos últimos meses es que ese lugar natural del que hablaba Aristóteles no existe únicamente para las piedras o las gotas de agua, y que el mío... el mío se llama Madrid.

Madrid, esa misma ciudad que al bajar del autobús se extiende ante mis ojos en forma de estación, probablemente la mejor metáfora que se puede hacer de ella. Madrid con sus prisas, sus relojes y sus maletas, Madrid con su exceso de velocidad y su falta de cordura. Madrid, estación de estaciones, vuelve a darme la bienvenida.

Y me recibe a golpe de lluvia, de frío y de viento; pero también de luz. A golpe de ruido, pero también de música. Y de silencio. Y es que si algo caracteriza Madrid son los contrastes. Calma y tempestad. Locura y sosiego. Malasaña y la Gran Vía. Y sin embargo, a pesar de lo mucho que se diferencian sus polos, a veces el resultado de esta diversidad exagerada y generalmente bipartita es precisamente el opuesto: Nunca -nunca antes de pisar Madrid- las palabras recordar y anhelar habían tenido un significado tan similar.

Recordar y anhelar, recordar y anhelar. Recordar un concierto, un lugar, el Dosde, recordar prisas, y luces, y chinos, y besos a traición y vueltas, y vueltas y vueltas y vueltas. Anhelar lo que sucedió ayer. Anhelar lo que sucedió hace un mes y te pilló mojándote bajo su lluvia. Anhelar lo que sucedió hace treinta años y lo que está sucediendo en este instante, en cualquier otra parte de la ciudad. Y lo que vendrá. Y lo que no.

Y por todo esto camino por la estación llevando a duras penas mis maletas y comienzo a mimetizarme con mi ciudad, con mi camino, con mi destino y con mi meta. Con el amor de mi vida, que se llama Madrid.

Queda menos para todo.

3 de enero de 2011

Días de vino y rosas.

Crecimos con las historias de nuestros padres. Pertenecemos a esa generación que no vivió la Transición, ni las grandes manifestaciones de estudiantes, ni la Movida Madrileña, pero que las siente tan propias como el que más. A los ocho años, en nuestro repertorio de canciones infantiles y éxitos del Caribe2000 (míticos, aquellos veranos) insertábamos involuntariamente trocitos de un Serrat infinito y de una Alaska de pelo naranja que nuestras madres cantaban a voz en grito. Mirábamos a los chicos mayores con esa añoranza imposible de las cosas que nunca llegaron, e imaginábamos sus mochilas y sus archivadores como cajas de sueños y de luchas. La educación os hará libres.

Yo siempre quise ir a la Universidad. Mis padres hablaban de ella como la mejor época de sus vidas, y cada vez que se paraban a recordarlo sus ojos se encendían. Titilaban, como estrellas, y eran ellos y no su voz los que narraban historias de amigos y fiestas, de noches de estudio interminable, de viajes cargados de tan solo una mochila, de ansias, de amores, de eso que nunca nadie consiguió describir completamente y que conocemos por el gastado nombre de juventud.

Y hoy, hoy nos damos cuenta de que nos hacemos mayores. Miramos a los mismos chicos, que de pronto tienen nuestra edad, y descubrimos que somos nosotras las que cargamos las carpetas llenas de sueños. Recreamos las luchas pasadas, para darnos cuenta de que son las mismas que tenemos que continuar en el presente. Y, sin tiempo apenas para percatarnos de ello, nos encontramos sumergidas en lo que, según llevamos dieciocho años escuchando, va a ser la mejor época de nuestras vidas.

Alba y yo nos conocimos en la esperada Madrid, ciudad de nuestros amores, hace tres meses, y vamos a intentar mantener activo este modesto espacio hasta el momento en que acabemos la carrera. Como una pequeña catarsis semanal que venga a decir que, al fin y al cabo, nunca seremos más jóvenes que esta noche.